Este lugar a sido testigo de innumerables historias de pacientes mentales a lo largo de los años. Sin embargo, el cuidado de este lugar no recae únicamente en manos de profesionales de la salud, sino en madres religiosas que han entregado su vida entera a la fe y a ayudar a los demás.
Aunque este espacio pueda parecer inmóvil y estático para algunos, hay mucho más en él de lo que se puede apreciar a simple vista. Tiene personalidad propia, con una historia que se entrelaza con la de cada paciente que ha pasado por aquí. Es un testigo silencioso de los acontecimientos diarios que ocurren en su interior, desde los momentos de angustia y desesperación hasta los raros instantes de calma y esperanza.
Este proyecto lleva consigo la prueba irrefutable de la íntima relación entre el paciente y el espacio. Es una relación que se forja a lo largo de los años, cargada de historias únicas y profundas. Es una relación que abarca tanto el amor como el odio, emociones que se entrelazan en un intrincado baile de altibajos.
El sentido de seguridad y pertenencia que el espacio brinda a los pacientes. Se vuelve tan estrecho que aquellos que son dados de alta se rehúsan a abandonarlo, a dejar atrás lo que para ellos representa su lugar, su hogar, su familia e incluso su identidad. Es como si se volvieran prisioneros voluntarios de estas paredes y pasillos.
Las religiosas que se encuentran en las últimas etapas de su vida también encuentran asilo en este lugar. Es como si las paredes se abrieran para acoger a aquellas que han dedicado su existencia a servir a Dios y a los demás. Aquí encuentran un refugio donde compartir sus últimos días y experiencias, nutriéndose mutuamente de sus sabidurías y vivencias.
This place has witnessed countless stories of mental patients over the years. However, the care of this place does not fall solely in the hands of health professionals, but in religious mothers who have given their entire lives to faith and helping others.
Although this space may seem immobile and static to some, there are much more in it than can be seen with the naked eye. It has its own personality, with a story that is intertwined with that of each patient who has passed through here. He is a silent witness to the daily events that occur within him, from moments of anguish and despair to rare moments of calm and hope.
This project carries irrefutable proof of the intimate relationship between the patient and the space. It is a relationship that is forged over the years, full of unique and deep stories. It is a relationship that encompasses both love and hate, emotions that intertwine in an intricate dance of ups and downs.
The sense of security and belonging that the space provides to patients. It becomes so narrow that those who are discharged refuse to abandon it, to leave behind what represents their place, their home, their family and even their identity. It is as if they became voluntary prisoners of these walls and corridors.
The nuns who are in the last stages of their lives also find asylum in this place. It is as if the walls open to welcome those who have dedicated their lives to serving God and others. Here they find a refuge where they can share their last days and experiences, nourishing each other with their wisdom and experiences.